martes, 9 de junio de 2015

MI AMOR HACIA EL VERANO
 
 
 
 
Ese período de tiempo de oro, de plenitud y paz espiritual que deja entrever en la cara de cualquier niño una sonrisa.
 
Véase ese momento del curso en el que el último día, tras esa fatigosa y eterna hora final, suena el timbre suave, lento, dentro de ti, en vez de machacarte como los otros dos mil timbres que ya has oído no, no se comporta de esta manera, sino que te acaricia como nunca antes habías pensado que algo tan cruel iba a producirte una inmensa liberación de estrés, que te está diciendo que todo el esfuerzo empleado se ha convertido, sin más ni menos, en lo que llevas esperando durante todos los días del curso, desde el primero al último, con más o menos intensidad en cada uno de ellos, pero que siempre tiene cavida en un rincón de nuestro corazón, ese sentimiento que aflora en nuestro interior al oir este timbre juez, timbre supremo, timbre autoritario, timbre letal. Letal, si, letal. Letal porque una ametralladora imaginaria sale de tu mente al exterior y empieza a destrozar ese lugar en el que has estado aguantando seis horas, cinco días a la semana, cuatro veces y media al mes, nueve veces al año... deja el instituto reducido a lo que hoy conocemos como Pompeya, cenizas, recuerdos...
 
En este momento una capa que recubría tu mente y la hacía estar preparada para trabajar, esforzarse, resistir a angustias, estrés, ganas de tirar la toalla, se despega de este órgano vital llamado cerebro y se arrincona en un oscuro lugar de tu casa, un lugar que no conoces, ni conocerás, ni descubrirás hasta pasados los siete días a la semana, cuatro veces y media al mes, tres veces al año, esperando con una intención negativa, traidora, desleal, para volver a adentrarse en tu cabeza y succionar a través de la sangre y llegando al corazón ese sentimiento que había aflorado en ti un perfecto día de Junio.
 
Es en ese mismo instante cuando ¡Tic!, se acciona el reloj, el cronómetro, el artilugio de cristal y arena, el ir y venir del péndulo y a su vez Cronos, entre todos estos sus inventos atrapa el mando a distancia y ¡Zas!, pulsa esa tecla de avanzar a dieciséis secuencias, a treinta y dos, a sesenta y cuatro, acelerando de esta manera este innombrable ser, forma, conjunto de sentimientos, abstracción de una perfección, que vulgarmente el populacho llama VERANO.